“El descubrimiento de algo
parecido al arte en un campo de concentración sorprenderá bastante al profano
en esta materia, pero la sorpresa será aún mayor al escuchar que también
chispeaba un cierto sentido del humor; claro está, un humor apagado y, aun así,
sólo durante unos breves segundos o unos escasos minutos. El humor es otra de
las armas del alma en su lucha por la supervivencia. Es bien sabido que, en la
existencia humana, el humor proporciona el distanciamiento necesario para
sobreponerse a cualquier situación, aunque sea por un breve tiempo”
(Vicktor Frankl, 1946: 71)
Este fragmento del libro de Vicktor Frankl, “El
hombre en busca del sentido” promueve
a reflexionar sobre si el humor realmente ocupa el lugar que merece en la vida
de las personas y en consecuencia en la práctica educativa del educador social.
A través de la literatura y el cine, entre otras
formas de expresión, observamos como el poder del humor, consigue distender la
tensión provocada por una situación dramática, o como en clave humorística el
autor logra acercarse al espectador provocando diversos sentimientos. Cabe
mencionar, como ciertos humoristas a
través de sus monólogos consiguen abordar temas políticos y sociales, que en
otros contextos parecen tabú, por lo que podemos intuir el que el humor tiene
un fuerte potencial en relación a la libertad de expresión.
Más allá de los medios de comunicación, los cuales dado su carácter de conocimiento
compartido se convierten en buenos ejemplos, la mayoría de personas han
experimentado el humor en sus diferentes dimensiones, de manera que se
convierte en un concepto, si no de una manera unificada, si por todos conocido.
Parece una relación lógica y coherente pensar que el
humor se da en los momentos alegres de la vida, cuando las situaciones son
fáciles, de manera que este fluye y surge de manera espontanea. En cambio el
humor tomado como actitud frente a la vida, provocando su aparición en
contextos complejos o incluso dolorosos puede ayudar a mejorar la situación o
como mínimo, hacerla más soportable.
Los educadores sociales trabajamos en
ámbitos donde encontramos realidades sociales y personales complicadas, Sáez
Carreras define al educador social como el “profesional que interviene y es
protagonista de la acción social conducente a modificar determinadas
situaciones personales y sociales a través de estrategias educativas”(1993:183),
pero cada una de estas situaciones personales es diferente y llena de particularidades,
por ello sería imposible definir una estrategia o metodología única que ayude
al acompañamiento educativo.
Fernández Solís considera el humor una asignatura
pendiente en el ámbito educativo; “La acción educativa precisa de la investigación en diferentes campos para
enriquecerse y no anquilonarse en viejos planteamientos. El humor bien
empleado, puede servir a los educadores como herramienta para conseguir los
objetivos pretendidos” (2003:148)
Nuestra profesión requiere reinventarse casi a diario,
debida la pluralidad que caracteriza a una sociedad, donde cada persona, pese a
tener aspectos en común, vive, piensa y siente de forma única, requiere de
creatividad para elaborar nuevas estrategias personalizadas en cada caso, y el
humor aplicado desde una perspectiva pedagógica, es posible que pueda configurarse como una
herramienta, una postura frente a la vida no solo para los educadores, sino
también para aquellos a los que vamos a acompañar, ya que el humor es algo que
se aprende y por tanto que podemos transmitir como saber, así como su
posible utilidad para la elaboración de
recursos y materiales educativos.